Romano Prodi (Scandiano, Regio Emilia, 1939) tiene un aire profesoral,
pero es un político duro, curtido en mil batallas. En esta entrevista,
realizada el viernes en su apartamento privado del palacio Chigi, el
presidente del Gobierno italiano se muestra decidido a acometer todas
las reformas necesarias para el país y denuncia la “maraña de antiguos
privilegios” que frena la modernización. Según él, Italia se juega su
futuro en la lucha contra una masiva evasión fiscal. Y no le importa
suscitar protestas, dice, en su combate contra el fraude. Prodi se
entrevistará hoy en Madrid con el presidente del Gobierno español, José
Luis Rodríguez Zapatero.
Pregunta. El centro-izquierda gobierna en Italia y en España. Pero los dos modelos políticos parecen bastante distintos.
Respuesta. ¿Por qué hay que hablar siempre de modelos? Cada país tiene
sus problemas, sus características, sus momentos históricos. Es bueno
que en el ámbito del centro-izquierda convivan distintos modelos. Los
objetivos deben ser siempre conseguir mayor igualdad, mejorar el
sistema educativo, dar más seguridad a los ciudadanos, innovar en las
relaciones humanas y proteger a los más débiles. Bajo este aspecto,
nuestras políticas son similares.
Para José Luis Rodríguez Zapatero las cosas son menos difíciles porque
dirige un país con un elevado índice de crecimiento, disfruta de una
generación de españoles muy creativa y cuenta con un sistema
bipartidista maduro. En Italia estamos intentando construir el
bipartidismo desde el principio, creando un gran partido de
centro-izquierda, y creo que puedo hacerlo precisamente porque no tengo
detrás ningún partido. Tenemos esa misión histórica. Nuestros objetivos
son los mismos, pero el ambiente es totalmente distinto en Italia y en
España. Zapatero cuenta con un partido con mayoría clara en el
Parlamento, yo intento construirlo.
P. ¿Cómo será el futuro Partido Democrático, y cuándo se pondrá en marcha?
R. El proceso ya ha empezado. Encontraremos obstáculos, porque en
política es más fácil dividir que unir. Ya el año próximo los dos
grandes partidos que vertebrarán el Partido Democrático, los Demócratas
de Izquierda y La Margarita, celebrarán sendos congresos para dar luz
verde a la unificación. El objetivo es contar con un punto de
referencia para cualquier gobierno reformista.
P. Uno de los grandes problemas comunes a Italia y España es la inmigración.
R. Hemos emprendido iniciativas conjuntas. Yo mismo propuse al
presidente Jacques Chirac y a Zapatero, con la adhesión posterior de
Eslovenia, Chipre, Malta y Grecia, el envío de una carta colectiva a la
Comisión Europea para que se afrontara el problema en el ámbito
europeo. O volvemos atrás, suspendemos la libre circulación de las
personas y cerramos Schengen, o afrontamos juntos el problema.
P. Tanto Italia como España han recurrido a un mecanismo polémico, el de la regularización de los inmigrantes ilegales.
R. Es la consecuencia evidente de la falta de una política preventiva.
Cuando en un país hay decenas de miles de personas en situación
irregular, necesarias sin embargo para el funcionamiento de la economía
y reclamadas por los empresarios, llega un momento en que el Gobierno
debe decidir entre una expulsión masiva o una regularización. Y siempre
se acaba por regularizar.
P. Después de su primer mandato como presidente del Gobierno en Italia,
usted pasó a presidir la Comisión Europea, en Bruselas. Estará
especialmente preocupado por la incapacidad europea para articular una
política exterior eficaz.
R. Ése es un problema antiguo. El gran problema de Europa. Tocamos
fondo en 2003, con la crisis iraquí. La Unión sufrió terribles
divisiones. No soy optimista ni espero que la situación mejore
rápidamente, aunque este verano, con el envío de tropas a Líbano, se ha
recuperado la unidad. En cualquier caso, la política exterior y la
política militar serán el último capítulo del proceso de unión. Las
dificultades, sin embargo, van más allá. Debemos afrontar con urgencia
el capítulo de la inmigración, y el de la energía, gravísimo. Europa
está muy expuesta en ese sentido. No nos damos cuenta de la fragilidad
de la política energética europea.
P. Irán constituye un problema especialmente sensible para Italia.
R. Sí, somos el principal socio comercial europeo de Irán. Pero nuestro
papel político es forzosamente secundario, porque no formamos parte del
grupo negociador y no podemos tomar iniciativas. Apoyamos a Javier
Solana y su política de firmeza y diálogo. No queremos que Irán
construya un artefacto nuclear, pero hay que buscar hasta el final un
acuerdo.
P. Volviendo a la política italiana, ¿por qué en Italia parece tan difícil hacer reformas?
R. ¿Es fácil hacerlas en Alemania? ¿O en Francia? Siempre es difícil
hacer cambios sobre los Estados del Bienestar. Pero nosotros ya hemos
empezado. Llegamos al Gobierno el pasado 17 de mayo, hemos dispuesto de
apenas cinco meses, con las vacaciones de por medio. Y ya hemos sacado
adelante el llamado “paquete Bersani” para liberalizar sectores como la
abogacía, la farmacia o los taxis. Mire, ayer (por el jueves) salieron
a manifestarse contra las reformas más de 20.000 profesionales
liberales. Algo habremos hecho para movilizar a toda esa gente, ¿no?
Desarrollamos un esfuerzo enorme por reformar muchos sectores, y
sabemos que entre los intereses afectados figuran los de muchos de
nuestros votantes. Pero el país necesita reformas, sobre todo en el
sector de los servicios. Las profesiones liberales, la energía, el
sistema energético, deben transformarse. También hemos firmado un
protocolo con los sindicatos para acometer una reforma profunda de las
pensiones. Un protocolo no es una decisión, es cierto, pero abre un
camino a iniciar la próxima primavera.
P. ¿Bastará una legislatura para cumplir esos objetivos?
R. Ha de bastar menos tiempo, porque estas cosas se hacen al inicio de
la legislatura. Ayer mismo (por el jueves) el Consejo de Ministros
aprobó una reforma del sistema televisivo destinada a aumentar la
pluralidad y a reducir el duopolio RAI-Berlusconi. También nos hace
falta cambiar la ley electoral, pero eso es lo más difícil. En este
país existen muchos partidos y son bastantes los que prefieren la
actual fragmentación. Da igual, el problema electoral figura en nuestro
programa y, por tanto, nos enfrentaremos también a esa reforma. Por
difícil que sea. Esta mañana escuchaba ya en la radio comentarios
violentísimos contra la reforma del sistema televisivo.
P. Esa reforma no parece especialmente radical. Sólo obliga a que RAI y
Mediaset conviertan una de sus cadenas al digital terrestre y vendan
las frecuencias que dejan de usar.
R. Y establece que nadie podrá poseer más del 45% del capital de una
emisora de televisión. Nuestro problema, bien conocido, consiste en la
hegemonía de un determinado grupo.
P. Sólo los sindicatos aplauden sin reservas los Presupuestos para
2007. ¿No se han hecho demasiadas concesiones a las centrales
sindicales?
R. No hemos dado nada a los sindicatos. Hemos dado todo lo que hemos
podido a las categorías más débiles del país. Honestamente, a quien más
favorece el proyecto presupuestario es a Confindustria, a los
empresarios. Las empresas dispondrán de 7.000 millones de euros para
estimular la economía. Mire, no es posible cambiar rápidamente la
distribución de la renta. De momento, hemos dado la señal de que
queremos cambiar la situación italiana, donde el reparto de la riqueza
es el más desigual de toda Europa. ¿Que los sindicatos aplauden? Bueno.
Nuestra guía no son ellos, sino la simple decencia.
P. Entonces, la oposición de los empresarios debe leerse en clave política.
R. Sí, un poco. Pero hay otra clave más profunda. Se la digo con la
máxima sinceridad: el problema fundamental es la lucha contra la
evasión fiscal. En realidad, las categorías profesionales que se
manifiestan protestan contra el pago de impuestos. Y, por mí, como si
salen a la calle varios millones.
En la lucha contra la evasión nos jugamos el futuro del país. Lo demás
es secundario. El hecho de que hayan aumentado tanto los ingresos
fiscales en los últimos meses, sin que ninguna reforma haya entrado aún
en vigor, se debe a que la gente va tomando conciencia de que tendrá
que pagar. ¿Conseguiremos acabar con el fraude? Las resistencias son
enormes. Y en los últimos años se ha desmantelado toda la estructura de
lucha contra la evasión.
P. Al anterior presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, le parecía normal la evasión de impuestos.
R. Exacto. Eso da la medida del combate. Los abogados e ingenieros de
la manifestación se oponían, en el fondo, a ciertos principios de
contabilidad y a ciertos métodos de pago, como las transferencias
electrónicas, que limitan la posibilidad de fraude. ¿Se da cuenta? Es
un fenómeno interesantísimo. No se manifestaban por problemas
concretos, sino contra la obligación de llevar una contabilidad clara y
pagar los impuestos correspondientes a sus ingresos. El propio
Berlusconi cifró en un 40% el volumen de la economía sumergida en
Italia. Y afirmó que cuando los impuestos eran superiores al tercio de
los ingresos, el fraude era moralmente lícito. Mi gran adversario es la
cultura del fraude. Usted vive aquí, usted percibe la riqueza de este
país, lo mucho que se consume, ¿no? Esta situación es inaceptable. La
Italia de hoy debe elegir de una vez por todas: o la cultura de la ley,
o la cultura de la desobediencia y la anarquía.
P. Pero…
R. Usted ha seguido el asunto del espionaje masivo desde Telecom
Italia. Una gran empresa, Telecom, estaba haciendo lo que le daba la
gana. Pero ese escándalo ha sido desviado con unas absurdas acusaciones
de que queríamos intervenir en Telecom. Se ha registrado un abuso
gravísimo, con escuchas ilegales masivas. Yo mismo era espiado. Y nadie
dice nada. Tampoco EL PAÍS.
P. Hemos dado bastante espacio al tema.
R. Salvo L’Unità (diario de izquierda), nadie sigue el auténtico
escándalo. La prensa italiana calla. Señal de que libramos una batalla
importante. En casos así hay que entender de qué lado está la libertad.
Evidentemente, trabajar con los medios de comunicación en contra es
para nosotros un problema serio. El líder de la oposición es
propietario del mayor grupo mediático. Hay grandes intereses de por
medio. Lo cierto es que nadie puede reprocharme nada. Yo no sabía nada
del informe (elaborado por Angelo Rovati, asesor personal del
presidente del Gobierno, en el que se proponía la renacionalización de
la red de telefonía fija, en manos de Telecom), pero si lo hubiese
sabido, ¿qué? ¿Qué importancia tenía? Han conseguido desplazar el
debate hacia si yo sabía o no, hacia si miento o digo la verdad, en
algo sin importancia. El documento no tenía nada de oficial. Pero
paciencia, porque al final venceré. ¿Sabe cómo se hace la mozzarella?
Se da vueltas con paciencia y va formándose una madeja. Digamos que yo
estoy haciendo mozzarella. Si no consiguen echarme ahora, al final el
país entenderá mis razones. Y no pueden echarme porque no sabrían qué
hacer. El momento en que ha estallado el caso Telecom no es casual:
justo antes de los presupuestos.
P. Si usted está firme en el Gobierno, ¿cuál es el objetivo de esa campaña difusa contra usted?
R. Empujarnos a la negociación. El gran problema de Italia, un país
lleno de inventiva e inteligencia, consiste en que la política debe
permanecer siempre en jaque, bajo amenaza. No se trata de guerra, sino
de guerrilla. Es un viejo esquema. Nos enfrentamos a una maraña de
antiguos privilegios. En el diálogo político italiano resulta difícil
distinguir el problema real, del que no se habla nunca, del problema
ficticio, por el que se combate con ferocidad. En este momento, el
problema real es la contabilidad, la transparencia.
P. Una de las cuestiones candentes entre Italia y España se refiere a las inversiones. Un banco español, el BBVA, no consiguió comprar Banca Nazionale del Lavoro. Ahora es una empresa de autopistas, Abertis, la que no consigue comprar Autostrade. ¿Existen reflejos proteccionistas?
R. Ése no es el objetivo principal de mi reunión con el presidente del
Gobierno español, pero supongo que hablaremos de inversiones. Entre
amigos se habla de todo y yo deseo abordar el tema. Hubo un tiempo de
dinamismo italiano en España, ahora son más dinámicas las inversiones
españolas en Italia. Quiero hacer dos consideraciones. La primera, que
la inversión española es bienvenida, Italia es un país abierto. Más de
un tercio de nuestro sector energético está en manos extranjeras y el
11% corresponde precisamente a Endesa. Nuestra gran distribución es
casi toda extranjera. Y la mayor parte de la telefonía móvil. Sobre los
bancos, es cierto que existía una política restrictiva del Banco de
Italia que frenaba la entrada de capitales extranjeros, pero eso ha
cambiado con el nuevo gobernador. Cuando se produjo el relevo en el
Banco de Italia pensé que se consumaría la operación del BBVA en BNL,
pero al final fue una entidad francesa quien se quedó con el banco.
Nuestro Gobierno se mantuvo al margen.
P. ¿Y sobre las autopistas?
R. En cuanto a las autopistas, no tenemos nada contra los españoles.
Abertis es una empresa de alto nivel, bien administrada. El problema,
en este caso, es estrictamente italiano. Autostrade es una sociedad
privatizada en los noventa que opera en un régimen de concesión estatal
y los términos de esa concesión no se ha respetado enteramente. En
general, hay que garantizar que las concesionarias inviertan, que
mantengan y mejoren las estructuras, como establecen los contratos. No
soy contrario a la operación, que formaría la mayor sociedad europea de
autopistas. Lamento algunas reacciones de la prensa española, porque yo
soy precisamente quien abrió Italia a las
privatizaciones y al capital extranjero.